Cuando se unen el buen gusto, el esfuerzo y las ganas de decir cosas, la mezcolanza suele dar buenos frutos. Tal es el caso que nos ocupa, el de una compañía, Varuma Teatro, con una clara apuesta por un lenguaje propio y de calidad.
Ya sorprendieron con aquel Malgama hace unos años que les valió el giraldillo a mejor espectáculo revelación en la Bienal sevillana.
Lo que Varuma nos propone en este Ns/Nc son una serie de escenas independientes, o no, que tratan de provocar la emoción directa del espectador y plantar una semilla en cada uno de los que están sentados en el patio de butacas. Con una base muy visual y poética, el baile y el cante trataron de romper primero el encasillamiento reflejado en un armario en que Yasaray Rodriguez y Rosa de Algeciras tenían que desarrollar una bulería por soleá. Mientras sobre el techo del susodicho armario Rafa Campos pulsaba su acordeón y sentado en un banco a la diestra de la escena Antonio Campos tocaba el serrucho. Si han leído bien, el serrucho. Las letras, texto del espectáculo, rondaban la idea de Alicia en el país de las maravillas. Unas letras que invitaron durante gran parte de espectáculo a salir de esta realidad y buscar una distinta, toda una declaración de intenciones. El mismo armario sirvió de pantalla para un excelente trabajo de audiovisuales. La proyección, acompañada de la también sobresaliente música, nos trasladaba aun mas si cabe a un mundo de ensueño. El baile de Yasaray apoyándose y dejando girar a su alrededor una gigantesca luna fue de una belleza sobrecogedora.
Hubo espacio para el humor, espacio para una maquina fantástica, a caballo entre una gigantesca bicicleta y un molino con guitarras flamencas como aspas. Hubo espacio para que Rosa se encargase de cantar por malagueñas, por marianas o por seguiriyas y cada una de las veces que cantó fue dejando mas alto el pabellón. Hubo espacio para mezclar el flamenco y los balcanes. Espacio para ecos electrónicos en la música, para el sarcasmo en los textos...
Y todo esto, entiendanme, sin estar hablando de una superproducción. El gusto por lo artesanal manchó toda la escena, desde el vestuario hasta la propia relación entre los interpretes.
Y además hay que sumar un trabajo de dirección escénica impecable, en el que las transiciones se ligaban a la perfección, en el que cada uno de los interpretes sabía su cometido, como llevarlo a cabo y como dotarlo de plasticidad, en el que ni uno solo de los elementos dejó de tener sentido escénico.
Si hay que ponerle algún pero al trabajo de Varuma, viene de la imprecisión rítmica que la música grabada y la música en directo sufrió en un par de ocasiones, nada por otra parte que no sea subsanable a corto plazo.
Sin un derroche de virtuosismo, sin un presupuesto demoledor ni figuras de renombre en el cartel, Varuma nos regala una propuesta que conecta desde la sencillez y el cuidado por los detalles.