Comenzó la segunda jornada del III Ciclo Sangre Nueva Jóvenes Flamencos en Getafe con la actuación de Antón Giménez, un muy buen tocaor madrileño que anoche vivió en la contradicción. Vinculado familiarmente al legendario Mario Escudero y apadrinado en su momento por Gerardo Núñez, nos parece, primero que nada, un gran músico con facultades para el toque de concierto. Como acompañante al cante no acabó de cuajar anoche, sin duda por el escaso tiempo de que disponen los músicos para trabajar a veces los espectáculos de modo conjunto.
Sus manos arrancaron bella música a la guitarra en la minera que interpretó a solas. Fue un toque de una hermosa intimidad. Su aspecto es de león que cierra los ojos para rugir fiero y dolerse. A Antón le duelen las notas que toca. No por nada dijo una vez: “las notas las necesito”. En la repetición caprichosa de motivos va dirigiendo al orden el caos, y acaba la pieza tan suavemente como le dio inició.
El resto de la velada transcurrió puramente sevillana. Entró el cantaor Gabriel de la Tomasa, acompañado por el propio Giménez, para ofrecer una actuación más que correcta, en clave flamenca y en el que sorprendía, por contraste, el acompañamiento contemporáneo del tocaor, con quien a veces tuvo dificultades para entenderse. De la Tomasa, hijo de José de la Tomasa y nieto de Pies Plomo, demostró que ya vuela sólo y que definitivamente dejó atrás sus dubitativos comienzos. Ya no le oprime, como antes, el peso de la largura de su estirpe y, ahora sí, en su cante manda él. Hizo malagueñas, donde quiso vincularse a Juan Breva, y en los abandalaos dio vuelo a su potente y cálida voz y conectó sobradamente con el público. En la soleá por bulerías, clásica, de la Serneta y Triana, se dolió convincentemente por lo alto.
Fue luego turno de la bailaora Asunción Demartos. Entró en escena con gran presencia por cantiñas. El atuendo flamenco no pasó desapercibido: un vestido con estampado negro y blanco, volantes rojos y gran bata de cola y mantón, que serán elementos fundamentales de su puesta en escena. Mueve el mantón haciendo círculos en el aire, con una mano se remanga el vestido, con la otra toma la cola... el teatro queda en silencio y son sus pies los que emiten la única melodía, la que muda in crescendo a las trepidantes bulerías de Cádiz. Representa un baile muy tradicional, con pronunciados movimientos de cadera, mucho dramatismo en sus manos y su figura, que bien nos recuerdan a una bailaora cañí.
El toque de Lito Espinosa, emotivo por taranto y derivado luego a bulería de precisión, fue previo a la actuación de la cantaora Alicia Gil, que interpretó bambera y tiengos tangos acompañada por el propio Espinosa. Aunque en su primer registro discográfico estuvo más a un flamenco de amplio consumo, vemos en esta interesante cantaora un carácter netamente flamenco, tanto por el eco antiguo de su voz, ligeramente rota, como por su evidente conocimiento y compromiso con el cante de raíz.
Asun Demartos se cubrió hasta el cuello, enteramente de negro, evocando la estampa de las antiguas bailaoras -demostrando que conoce el terreno sobre el que está “bailando”- para interpretar a continuación la soleá. Será ahora el baile el que se apodere de ella, sin ornamentación. De nuevo a cobijo de todo el grupo, Gabriel de la Tomasa y Alicia Gil le cantaron por Alcalá, el momento más emotivo de la noche. Volvió el silencio, los tacones cobraron vida y volvimos a ver esos movimientos con pronunciados remates a cierre de compás. Poco a poco la “furia” va emanando de ella, su expresividad facial y corporal lo transmite. El público agradeció, entregado, el baile, hondo, plástico y “antiguo” que brindó la sevillana al cierre de esta segunda jornada de jóvenes flamencos en Getafe.