Si algo está caracterizando el inicio de este Festival es el mosaico variopinto de propuestas que están desfilando por el proscenio del Teatro Villamarta. De mayor o menor envergadura. De lo conceptual a lo abstracto, pasando por el clasicismo. Pero siempre vislumbrando autenticidad. Consideración que no hace otra cosa que enriquecer el extenso abanico de lo jondo en su vertiente más creativa. Ofertando maridajes para todos los gustos y paladares. Y montajes para disfrutar sin prejuicios o suposiciones.
Anoche, Marco Flores quiso plasmar esa realidad sobre el escenario con su primer montaje en solitario, 'De flamencas'. A pecho descubierto. Y sin otras pretensiones que fuesen más allá de su forma de entender el arte. Siendo, sintiendo y buscándose a sí mismo. Rodeándose de un elenco eminentemente femenino que le aportó sensibilidad, temple, alegría, fuerza, finura, belleza e intimidad. Trasladando lo que sabe desde la sencillez y la sinceridad. Partiendo desde un espacio diáfano para ir envolviendo al espectador a través de múltiples líneas y movimientos. Administrando el espacio heterogéneos dibujos escénicos. Acotando su particular cosmos a través de sucesivos cambios de escena propiciados por los propios interactuantes. Así como a través del propio ciclorama, que creó tres ambientes distintos a lo largo de la obra, y una atmósfera lúgubre que presidió toda la obra. Entre contraluces, blancos y negros. Con esos mimbres, el joven bailaor arcense se presentó en el coliseo jerezano. Con cuatro bailaoras, con dos cantaoras y con dos guitarristas que recorrieron una docena de palos flamencos.
Desde la mariana inicial. Guitarras enfrentadas en paralelo. Con las bailaoras hilvanando y trenzando composiciones coreográficas con marcadas diagonales. Líneas rectas y entretejidas. Con desplazamientos fluidos. Creando dinamismo en su viaje por el cuatro por cuatro. A la vez que un baile cadencioso y ralentizado que firmó Guadalupe Torres por tangos, previo paso y transición por tientos. En el sitio. Instalada en un tercio de la escena.
Paso a dos. De Lidón Patiño y Marco Flores. Guitarras al fondo. Nuevo cambio de ubicación. Instaurando ritmo y aire. El mismo que ambos bailaores rezumaron en su particular danzar.
Cambio de tercio. Por serrana. Almibarada con la voz de Mercedes Cortés. Y con el baile de Lidón Patiño. En el sitio. Con el potente torrente de Inma Rivero se formó el trío. Nueva formación. Al otro lado de la escena. Incidiendo en la transversalidad. Así como en la acotación de cada uno de los pasajes que conforman la obra. He ahí el continuo flujo.
Tránsito al fandango. Con pinceles de Pericet para Ester Jurado. De impetuoso braceo.
Proseguimos. A ciclorama completo. Posición clásica. Se le incorporan sus compañeras de terna. Agrupadas en vértices y coordinadas en cada desplazamiento. Reemplazo. Llega el protagonista para explayarse por cantiñas. El ambiente se caldea. Mientras el bailaor arcense templa con su braceo. Disfrutando. Difuminando las líneas divisorias entre el baile de hombre y de mujer.
Cantaoras hacia la corbata. Cortés por granaína y Rivero por malagueña. Todos son protagonistas.
Llega la nana. Todas las mujeres en escena. Feminidad y perceptibilidad. Entre múltiples trazos y ecuánimes mudanzas.
Vuelve el bailaor. Engalanado para la soleá. En la que expuso todo sus recursos con naturalidad y tenacidad. Sintiendo la entrega del público en cada remate. Y resolviendo con crédito. El público se entrega. Los decibelios suben. El artista goza. Y el respetable se lo agradece con una intensa ovación. Qué mejor final para un principio.