Muchos han sido los adjetivos que se han utilizado para describir al bailaor de Israel Galván. Desde pintor cubista. Creador libérrimo. Artista inefable. Conceptual. Contemporáneo. Modernista. Deconstructor. Pero lo que está claro es que su percepción del arte no deja indiferente a nadie. Cada una de sus producciones suscitan un sentimiento que entra en controversia con el respetable. Puesto que se genera una diversas corrientes de opinión. Y es ahí donde reside el verdadero potencial expresivo del artista. Ahí es donde se vislumbra su autenticidad. Porque sus creaciones te calan. Te hieren. Te hacen sonreir o te extremecen a más no poder. Generan un clima impactante. Incluso desconcertante. Por lo que el espectador se siente imbuido y atrapado entre la abstracción y la realidad.
En ‘La curva’, nuevo espectáculo del bailaor sevillano, incide en ese camino. Partiendo del montaje conceptual de ‘Tábula rasa’, lo ha desarrollado y ampliado escenicamente para rendir pleitesía a su admirado Vicente Escudero. Que en 1924 en París ya expuso su ‘Courbe particular’.
En pleno siglo XXI. Israel dibuja esa curva con los mínimos mimbres posibles. Con el cante de Inés Bacán, el piano de Sylvie Courvoisier y el compás de Bobote. Tan sólo cuatro artistas que permanecen en todo momento en escena.
Escenario retro. Desaforado. Vintage. A lo parisino. Tres andanas de sillas. Una mesa. Y mucho ue contar y expresar. Porque Israel Galván realiza un continuado ejercicio de búsqueda sobre su baile, sobre su cuerpo, sobre su expresión. Que lo lleva a hacer figuras imposibles o a utilizar genuinos recursos que dejan al respetable en enmudecido. Su control del cuerpo lo lleva a cotas insospechadas. Como en el momento en el que se sube a la mesa y lleva el equilibrio a compás a términos inexplorados. Escudriñando un dominio total de su cuerpo. Pura viveza. O plasticidad y estética cuando genera un microclima de misterio a través del polvo de magnesio, el cante atonal de Inés Bacán, o el piano que recuerda el impresionismo musical de Debussy. Interactuando con cada uno de ellos. Con el compás de Bobote, con el que oferta un paso a dos que cierra la obra. O esas sevillanas bailadas con silla atijerada a modo de colgante.
Resulta tarea ardua complicada trasladar en un texto lo vivido y acontecido. Sólo se que te atrapa, te trastorna, te confunde, te embelesa, te entusiasma, te irrita, te encanta,… Eso es el arte.