A las nueve de la noche, como siempre, la función principal del Festival de Jerez se desarrolló en el Teatro Villamarta. La Compañía Rojas & Rodríguez. Nuevo Ballet Español tuvo el acierto previo a dedicar al pueblo japonés el espectáculo por el terremoto y tsunami acaecido en Japón recientemente. Digamos que ahí termina la relación de méritos de la compañía, aunque siempre resulta duro, difícil y doloroso tener que escribir en estos términos de artistas de tanto prestigio. Y es curioso, porque unos minutos antes de que se alzara el telón del coliseo jerezano, una compañera me habló en términos muy elogiosos de esta función, haciendo hincapié, además, en algo con lo que no estoy de acuerdo y que no es un tema opinable, ya que es un asunto objetivo: en su opinión, hubo poca afluencia de público anoche en el Villamarta. Entiendo que sí fueron bastantes espectadores al Teatro, las cifras son harto elocuentes. Lo que es harina de otro costal es la impresión que nos causara el evento a cada uno de los asistentes congregados en el primer recinto artístico de Jerez de la Frontera. A tenor de la caras, haciendo un somero escrutinio visual, pude colegir que la mayoría salió bastante insatisfecha, como esperando bastante más de un elenco donde no hubo gusto flamenco. Pero este hecho no es imputable a los miembros del NBE, sino a Rojas y Rodríguez, responsables en última instancia de cuantas cosas se ven en el escenario.
Poco bueno y poco nuevo, los números del Nuevo Ballet Español se disuelven en una espesa maraña de imágenes inconexas y casi incoherentes, donde ni los mantones estaban movidos con la gracia que requiere este artilugio. Las cantaoras jerezanas Sandra Rincón y Davinia Jaén, portadoras, sin duda, de buenos registros vocales, se vieron sometidas a una continua explotación de sus gargantas sin apenas un respiro, acaso fuera así para tapar un poco el desaguisado, la tristeza general de la velada, que se iba poco a poco por los caminos del tedio y el hastío. Aunque, en honor a la verdad –a mi verdad subjetiva, claro–, tampoco el cante brilló mucho… por no hablar ya del cuerpo de baile.
Creo que es muy necesario, por no incidir más en los aspectos negativos –cuestión que nos llevaría varios párrafos más–, que los artistas tomen conciencia del lugar adonde piensan llevar la obra. El Festival de Jerez es un evento muy grande para recibir a una obra tan pequeña. Así las cosas, quizás con una producción de pequeño formato, el resultado habría sido otro, pero el empeño en producciones a lo grande trae como consecuencia, en ocasiones, un fiasco considerable.