Ya lo anunciaba la propia Manuela Carrasco en la rueda de prensa de presentación de su espectáculo. Su baile obedece a la inspiración. Al anhelado y siempre inquirido “duende”. Ese ente que pulula y proporciona momentos e instantes inefables. Pero que aparece y desaparece por arte de magia. Como en ‘Suspiro flamenco’, la obra presentada por la bailaora sevillana en el Teatro Villamarta. Un montaje que sólo brilla con ramalazos de la artista hispalense. Con latigazos que paran el tiempo. Pero que a la postre no solapan el conjunto total de la obra. Desilachada por momentos. Con pespuntes en el cuerpo de baile. Y con colaboraciones poco aprovechadas. Como la presencia de la cantaora ‘La Susi’, que tan sólo intervino una vez por vidalita.

Dichosa inspiración, que tampoco se dejó ver en la puesta en escena. O en los insistentes coros de los cantaores Rubio de Pruna, Manuel Tañé y Emilio Molina. Prolijidad tuvo el cante de Enrique ‘El Extremeño’. Pero nos quedamos con ese porte y empaque de Manuela Carrasco. Esa presencia estatuaria. Potente. Con esa mirada que clava. Y con esa estampa que por sí sola llena el amplio metraje de la escena. Como cuando comienza el espectáculo por jaleos con la bailaora anclada en el centro de las tablas sobre una tarima. O cuando arroja el capote en las alegrías para bajar del cuadrilátero. Son los mimbres de siempre. Que fructifican en un tris. O se desvanecen en una tarde desapacible. Esa es Manuela. Y a eso te expones. Esperando en el asiento a que “te partas la camisa por soleá”, aunque en esta ocasión sólo lo hiciera El Extremeño ante la incrédula mirada del respetable.

Siempre es un placer admirarla y deleitarse con ese grabado. Pero su ‘Suspiro flamenco’ se había contagiado del clima borrascoso que bañó la tarde-noche jerezana. Tiró de coraje. De fuerza. De flamencura. Pero la lira no emergía. Dichosa inspiración.