Alas. Inmensas alas sobrevolaban el proscenio del Teatro Villamarta. Por cantiñas y mirabrás. Con inmenso y lucido mantón de manila. Flotando con la escena y volteando los flecos por la escena. Llenando el espacio con su coqueto caminar. Enarbolando su figura. Así se presentó Olga Pericet en el Festival de Jerez. Con su primera gran producción en solitario – Rosa, metal y ceniza’. En su puesta de largo tras el exitoso paso por el coliseo jerezano en la pasada edición del evento de danza flamenca más importante y notorio del mundo. Un montaje ordenado, riguroso y trenzado magistralmente por el diseño de iluminación de Gloria Montesinos y la coherencia escénica planteada por David Montero. Utilizando pocos elementos pero configurándolos con sapiencia.
De escenografía tan solo un par de telones “aflecados” que sirvieron tanto de bambalinón al inicio de la obra como de aforo en el transitar creando varios espacios e impregnando de profundidad a la puesta escena con los milimétricos efectos lumínicos.
Para la ocasión, vino escoltada de un excelente “atrás” con el cante de Miguel Ortega, Miguel Lavi y José A. Carmona, y las guitarras de Javier Patino y Antonia Jiménez. Así como las palmas del bailaor gaditano Jesús Fernández, que también tuvo su protagonismo en unos impases “burleaeros”. Los músicos formaron parte de la propia escena administrando el espacio al irse ubicando en distintos puntos marcados en las tablas del teatro a medida que discurría el espectáculo. Y tuvieron su protagonismo gracias a la generosidad de Olga Pericet. Hubo baile, y del bueno. Pero también cante y toque en su justa medida.
La obra comienza con la vertiente más clásica de la bailaora cordobesa. Que danzó con palillos sobre una adaptación musical de Albéniz. La rama contemporánea la puso el bailaor Jesús Caramés. Cuyas intervenciones rociaron de contrastes la vertiente dancística. En los pasos a dos. En los giros. En las mudanzas. En los marcajes. En los portés. La propuesta prosiguió por milonga, con un inspirado José A. Carmona. Que sirvió de prólogo para el baile de la cordobesa por cantiñas. Lo mejor de la noche. Enérgica. Vigorosa. Alborozada. Donde la regustosa bailaora soñó con el vuelo del pájaro y conectó con el respetable.
Luego llegaría el taranto, edulcorado previamente por la entonada garganta de Miguel Ortega. Y Liviana, seguiriya –con braceo como un reloj y repiqueteo de tacón incluido- y tonás…Para remachar con soleares y petenera con elegante negra bata de cola. Pero todavía seguían los flecos del baile por cantiñas pululando por la caja escénica…