La noche de homenaje de Isabel Bayón a sus grandes referencias en el mundo del flamenco (Matilde Coral, Chano Lobato, Mario Maya…) sirvió para que una lluvia de zapatos cayeran estrepitosamente sobre las tablas del Teatro Villamarta en la función denominada En la horma de sus zapatos. Esto, que en sí mismo podría parecer que no está relacionado, guarda, sin embargo, una similitud de fondo (podría ser, ya que esto no es más que una hipótesis personal) y que son los diferentes calzados que tiene este arte y todos, en un momento dado, pueden ir bien para caminar por un sendero que no siempre –de hecho casi nunca– es un camino de rosas.
Más allá de las cosas positivas que tuvo la función del viernes en el coliseo jerezano, al autor de estas líneas le dejó una sensación de gelidez general, siendo el audio en off el que aportaba algunas notas más cálidas, como escuchar las voces de los maestros antes mencionados, relatando sus vivencias en el flamenco, los difíciles comienzos y, cómo no, las múltiples anécdotas que viven los artistas jondos. Aparte de lo referido, pocas cosas más. Hombre, sería injusto en caso de que no apuntara que el baile de Isabel Bayón, lo mismo que en ocasiones se perdió en complejos ejercicios retrospectivos e intimistas, invita al sobresalto emocional cuando toma en sus manos una abanico y porta una bata de cola... o cuando se pone a cantar mientras baila. Aunque tampoco hay que exagerar en eso del 'sobresalto emocional'.
Fandango, guajira y tema libre en el primer tramo del espectáculo; tangos, garrotín, serrana y mirabrás en la segunda. Todo se expuso de una vez, sin descanso, como suele ser habitual en este certamen dedicado al baile flamenco y la danza española. Y dentro del cuadro de la Compañía de Isabel Bayón se insertaron los cantaores David Lagos y Miguel Ángel Soto El Londro y las guitarras de Jesús Torres y Paco Arriga. El cante no tuvo mayores dificultades para acompañar al baile y los guitarristas estuvieron bien en sus interpretaciones, pero al estar supeditados a un tipo de baile tan relajado, acaso no gozaron de las oportunidades para expresarse mejor.
Los mejores momentos de la intervención de la bailaora de Sevilla –digna representante de la escuela sevillana de baile, todo hay que decirlo– fueron las muy bonitas pinceladas en guajiras y garrotín. En lo demás hay cosas que hastían. Y un tema al que nunca me acostumbraré y que comento siempre con cualquier aficionado: la percusión del cajón en un espectáculo de baile me parece absolutamente contradictorio y encubridor de carencias. No es éste el caso de Isabel Bayón, pero sí que decepciona comprobar cómo el dichoso instrumento es, a veces, más protagonista que la misma bailaora. Una tendencia que debería concluir cuanto antes, porque ese estruendo le hace muy poco bien al artista del baile que tenga en sus espectáculos la manía de llevar la cajita.
Isabel Bayón pasa la criba del público, pero le falta algo, algo que cada uno explicará a su manera, pero que bien podría ser la transmisión con el respetable, porque aunque coseche algún encendido ‘ole’, lo cierto es que, para llegar a ese instante, hay que aguardar demasiado y hacer acopio de paciencia. Bien, pero…