Al alzarse el telón, Andrés se halla en oración, rezando a una Lole Montoya erigida en roja Koutubia. De entre las pasiones que atesora, la de provocar al pensamiento ajeno es la primera que expone, escrupulosamente. Cuando el resplandor carmesí se va apagando se comienza a iluminar el desasosiego, una inquietud latente en las notas de la marimba de Daniel Medina que acrecienta la luz que Andrés trae prendida a las manos a modo de linternas. "La luz del entendimiento me la has dado a mi a aprender, que no hay tormento mas grande, que aquel que quiere y no puede".
La pasión de Andrés se contiene en la suerte de seguirillas, músculos enervados, apilando coraje para los latigazos de las palmas, casi dolorosos. En cada pisada se levanta polvo del suelo para mostrarnos solo nubes de la fiera encabritada. Va dejando huellas que justifica con todo el cuerpo, pero no necesita de grandes aspavientos para sugerir el canal de energía que quiere irradiar.
Y cuando ha sublimado la tensión dramática casi hasta el extremo, una tuba y Concha Vargas acuden a relatarnos las pasiones de Andrés por el baile. Concha va creciendo desde un tango cercano a lo balcánico a una exaltación por Triana. Y entonces se arma el barullo. Alegrías de contrastes con las formas casi incompatibles de bailaor y bailaora. Andrés mira absorto a veces y su pasión no necesita de mas palabra que la de la de la sonrisa de niño que Concha le arranca.
El flamenco, el de la sincera evidencia , sube un escalón más. De Triana a Cádiz y de Cádiz a Jerez, Andrés celebra por bulerías entre carantoñas de Concha y oles de la platea. Detrás Salvador Gutierrez trenza con falsetas el mimbre de la voz admirable de José Valencia. Alborozo general entre el respetable, puesto en pie.
Como cambio de acto, Lole nos canta con melancolía para apagar el incendio que el baile había provocado, la pasión en una forma lánguida que enlaza con la caida de un telón , la articulación sonora del clarinete y las manos fantasmales de Andrés .
El siguiente delirio viene en forma de palomas, proyectadas sobre el blanco y en la manera física que adopta el bailaor. José de la Tomasa enlaza la soleá descriptiva del gorjeo de las aves con la silla de enea y la soleá ortodoxa de Alcalá, narrando entre lineas la pasión de Andrés por el cante. Y desde la roja Koutubia del origen, Andrés nos condujo a la blanca Giralda de "Amargura", con atuendo de nazareno, o de tonto del capirote. Con la cara y cruz que el propio auditorio expresó en un "ole los genios" y en un "¿ahora que, vas a sacar a la Macarena?". Herejía y tradición. Opera aperta como rezaba el programa de mano, abierta a la burla y al respeto.
Como epilogo la voz de José de la Tomasa volando sobre un yunque mientras Andrés cambia sus dedos por martillos, martinete heredado de Pies Plomo, la tragedia y la negrura de la pasión flamenca de Sevilla.