Hace un año, La Farruca pisaba las tablas de la Sala Paúl y a causa de un accidente que sufrió en camerinos se vio impedida para finalizar aquel espectáculo. Había sospechas nada infundadas de un cierto resquemor de la artista contra el espacio que se le había reservado. Así las cosas, en la presente edición, a modo casi de desagravio, el Villamarta le ha abierto sus puertas, esta vez sí, para triunfar plenamente. En la edición de 2010 apenas pudo verse algo interesante, por lo que pasó desapercibida, sin ningún efecto positivo; la situación se revirtió anoche, pues La Farruca puso en práctica su buen hacer sobre el escenario, con un acento muy cabal.
La artista sevillana hizo una propuesta firme de homenajear a grandes nombres como Lola Flores, Farruco, Carmen Amaya, Niño Ricardo, Arturo Pavón, Chocolate, Camarón, La Perla… e impulsó desde el comienzo hasta la conclusión una destreza jonda y nada estridente, que cautivó al público y lo mantuvo pendiente de sus evoluciones. Y lo comento con franqueza: no esperaba tanto de su actuación, pero fue de lo más agradable y positiva. Pocas cosas que objetar al desarrollo del espectáculo, que tuvo los ingredientes fundamentales, con ideas brillantes y ponderando el flamenco siempre.
El Homenaje a los grandes contó con el baile –aparte del que desarrolló su protagonista– de Manuel El Carpeta; el cante de Pedro El Granaíno, Fabiola Pérez y Mara Rey; las guitarras de Juan Requena y José Acedo; y el piano de Pablo Rubén Maldonado. Un elenco, como puede apreciarse, nada bullicioso ni excesivo. El número de sus integrantes entiendo que es el justo para desplegar sobre el tablao una puesta en escena verosímil en autenticidad, sin que unos interfieran en lo que hacen los otros, pues otro signo a destacar fue la coordinación magnífica de los artistas desde el izado del telón.
El comienzo con el taranto presagiaba la continua presencia de duendes… y así fue cuando Juan Requena empezó a tocar solo y más tarde se le agregó el baile de La Farruca. Y qué decir del siguiente número, el de las alegrías, donde el jovencísimo Carpeta ofreció trazos y hechuras de bailaor grande, muy alejado, para sorpresa general, de esos movimientos estrambóticos y exagerados que algún miembro de su familia practica. La joven promesa ha optado, creo que con buen criterio, por templar un poquito y no dejarse llevar por esa corriente tan en boga del baile supersónico que, por otra parte, no ha inventado nadie de nuestros tiempos, sino un gran genio en el recuerdo conocido como Antonio El Bailarín. También en el área de Cai, las cantiñas, palo interpretado en tercer lugar, impregnó el Villamarta de olor a sal, característico de la Bahía, haciendo buena la entrega de la La Farruca a la hora de ponerlas en prácticas. La Farruca es sobria, flamenca, está muy segura de sí misma, ha alcanzado la madurez suficiente como para saber que las grandes esencias se despachan en frasquitos pequeños.
La zambra, guiño deferente a la memoria de Manolo Caracol y Lola Flores, supuso un punto de inflexión, ya que no se limitó a homenajear a estos dos maestros, sino a otros muchos, anteriormente nombrados en el segundo párrafo, a través de la voz de El Granaíno –emocionante y profunda– y el piano de Pablo Rubén Maldonado –delicado y etéreo–. Aquí La Farruca rindió aún más si cabe y su entrega fue tal que la transmisión con el respetable fue reconocida por medio de sentidos jaleos desde el patio de butacas.
Y en cuanto a los números finales, cabe destacar la elegancia de Manuel El Carpeta en la seguiriya dedicada a Carmen Amaya (si bien la actuación de Manuel se concretó, mejor dicho, por martinetes) y la estampa clásica, austera pero de mucho empaque, de La Farruca, quien cerró por soleá, su baile por antonomasia, dedicándolo a la memoria de Chocolate, rematando así una buena función que fue largamente aplaudida.