Con tres mesas y unos ganchos para colgar la carne, Rafaela Carrasco dio vida a un espectáculo en el que utiliza la cocina como excusa para contar y bailar sus estados de ánimo. Conducida por un chef al que da vida Antonio Campos y su ayudante de cocina encarnado por David Coria, Rafaela propone a través de los sabores distintos palos.
Para la farruca, " 5 limones", Rafaela comienza cantando la primera letra, mientras que Antonio Campos será quien se toque la guitarra en la primera parte del baile mientras canta dos letras más. Farruca tradicional bailada en el mínimo espacio posible, enlace por tientos y una vez que el chef ha descolgado de un gancho el cello y ha dado el visto bueno al ingrediente, Rafaela y José Luis López articulan la segunda parte del baile, en una mixtura de tango argentino, danza contemporánea y remates ortodoxos. Todo ligado en formas suaves, nouvelle cuisine. El remate del baile es un paso a dos con el propio chef, con maneras descaradamente porteñas.
"Cola de pescado" se presenta en forma de bulerías, iniciadas con el "Todo es de color" de Lole y Manuel y desarrolladas por la guitarra de Juan Antonio Suárez Cano. Sonidos que evocan a las guitarras de Eduardo Rodríguez en Triana y un baile sin puntos de referencia evidentes, por pura imposibilidad melódica. Unas bulerías "deconstruidas".
El chef y el pinche se acuerdan de "Los Anticuarios" para cantar y bailar por tanguillos en la intimidad de la cocina. Con bata de cola blanca Rafaela nos trae por cantiñas "150 gr. de azúcar", con bata de cola y una sonrisa de oreja a oreja, que es la mitad de un baile. Sabores a Matilde, a Milagros y a Merche.Manos que aletean, cola que colea, a pesar de las botas altas, trabajando para que no se enrede el regocijo. Rafaela lleva la explosión al movimiento más pequeño.Y en este punto de jolgorio el micro de Cano abandonó el escenario. El trémolo de Jesús Torres acompañó al número de la indagación, "Un puñado de pensamientos" en el que la bailaora sevillana buscaba formas distintas. Cocina experimental.
La "nata montada" vino precedida de una inversión de las mesas sobre las que bailaría Rafaela, los habitantes de esta cocina hicieron las veces de palmeros. Alrededor del improvisado tablao y a base de soniquete y aires de Málaga el menú llegó a su fin. Rafaela presenta un trabajo sencillo en el que da cabida a todas sus maneras de bailar. Bien estructurado y trabajado desde el desenfado como punto de partida, la desenvoltura para cambiar los espacios escénicos se ve justificada en todo momento. Con un gran trabajo de luces y una excelente apuesta musical, ni los problemas técnicos derivados de la microfonía evitaron que saliésemos del teatro con una sonrisa.