La trayectoria e importancia de Yoko Komatsubara merecía sin duda un homenaje por parte de la Bienal. Un reconocimiento a una figura que ha ayudado enormemente al desarrollo del flamenco no sólo en Japón sino en todo el continente asiático. Pero lo cortés no quita lo valiente, ceder el Teatro Maestranza para tal fin es un acto desproporcionado. El espectáculo que presenciamos ayer, desde el nivel de exigencia que se le presupone al festival, difícilmente se sostiene y mucho menos para ser puesto en el centro de las miradas de toda la Bienal.
La respuesta del público fue muy reveladora. Con menos de media entrada, el Maestranza presentó el peor aspecto hasta el día de hoy. Sobre el espectáculo hay mucho que contar y poco que elogiar, desgraciadamente. Mucho que contar debido a que el montaje se nos fue a las dos horas y cuarenta minutos, una locura.
El supuesto punto de partida viene de la admiración mutua que se profesan el percusionista japonés Eitetsu Hayashi y el pianista lebrijano David Peña "Dorantes". Y así lo demostraron en dos números, "Sur" y "Relieve", ambos basados en músicas del segundo trabajo de Dorantes. La primera pieza "Sur", precisamente la que da nombre al disco al que nos referimos, supuso la apertura del espectáculo. La segunda estaba basada en "La danza de las sombras" y en ambas apreciamos un intento cargado de buenas intenciones por parte de ambos. El sonido desastroso, una noche más, contribuyó a que todo quedase en una anécdota.
Sobre los bailes corales hay que decir que estuvieron lejos de ofrecer un nivel aceptable, asemejándose más a una gala de final de curso, que a una puesta en escena profesional. Comento lo del clásico español porque el ballet haciendo honor a su nombre es lo que vino a ofrecer, batas de cola, castañuelas, "La vida breve" de Falla, la "Danza del fuego" de la opereta "Benamor" de Pablo Luna y algún apunte flamenco puntual.
El segmento más flamenco vino encabezado por unas seguiriyas interpretadas a dúo por la misma Yoko Komatsubara y Currillo de Bormujos, que estuvieron precedidos por un número de tambores Kaito y que "El Junco" remató en un baile por derecho que acabaría siendo el momento más destacado de toda la noche. A continuación se interpretaron unas guajiras que trajeron de vuelta a todo el elenco femenino y el ballet. Alegrías con un "Junco" excesivamente acelerado y tangos de muy poco empaque, próximos a la canción pop.
El momento de mayor vistosidad vino con el último número,"Hibiki" un despliegue de tambores japoneses y una coreografía de un mayor nivel estético. Hay que destacar un gran trabajo en la iluminación y el tono general que Juan José Amador dio en cada uno de los cantes.
Sobre los defectos, además de lo grande que le quedaba el teatro al espectáculo, hay que referirse al forzado maridaje que se pretende entre el flamenco y todas las músicas tradicionales . La fusión debe venir del absoluto conocimiento de las dos artes que pretenden fundirse, como principio No todo casa ni funciona. Aunar tambores tradicionales japoneses y un bailaor, a las bravas, suele asegurar un dislate sin remedio.Y así ocurrió. Por momentos parecía que diesen lo mismo los tambores Kaito, si hubiesemos tenido djembés senegaleses o una batucada brasileña el resultado hubiese sido similar, una falta de coherencia galopante.
Sin poner en duda el reconocimiento que Yoko Komatsubara merece, la distancia entre lo que se exige en una Bienal y lo que contemplamos ayer es tan abismal, que más que un homenaje se le ha hecho un flaco favor.