La sencillez a modo de brújula. Sencillez de planteamiento, de bailes, de luces y de propuesta musical. La sencillez de reunir a dos cantaores, un guitarrista y un palmero, y bailar lo que te van proponiendo. Hasta el nombre del espectáculo refrenda la búsqueda de esa sencillez absoluta.
Disponemos de una mesa, cuatro sillas de enea y cuatro flamencos de tomo y lomo sentados en ellas. Los flamencos proponen bulerías de todos los tipos, a todas las velocidades posibles. Pastora en consecuencia baila por bulerías. En consecuencia y en zapatillas, porque Pastora baila sobre la alfombra de su salón, como la que baila escuchando la radio. Cuando es necesario se para y se sienta en la mesa a escuchar el trueno melódico de José Valencia.Y cuando se lo pide el cuerpo se lanza de nuevo a la bulería. Bulerías de agarrarse el refajo, de culo danzón, bulerías con sal y pimienta. A tiempo, vuelan las zapatillas, en dos patadas. Bulerías descalzas, ni un mal ruido que moleste al vecino de abajo, que en el salón no se baila con tacones. Pastora acaba sacando la alfombra que tenía bajo los pies a que se airee. Lo que formalmente llamaríamos mutis por el foro.
David Lagos se arranca por Marianas para que Pastora vuelva, con zapatos de brillantina plateados, la batita y el camisón por debajo. En un baile más vertical, Pastora se deja llevar por el soniquete descarado y descarnado que el Bobote le saca a la mesa con los nudillos. Para el cierre una letrita de corraleras, arte puro.
La sencillez propuesta da lugar a que cuando el baile se marcha a otra habitación, pasen cosas en la mesa. Lo sencillo es mucho más fácil si quien está cantando por soleá es José Valencia, que pone el pabellón muy alto. Continuamos con trilla y pregón de Macandé, mezclados verso a verso primero y directamente al unísono en un ruido primitivo para dar paso a la seguiriya, que Pastora, vestida de negro y oro bordado, formula como una reinvención de lo clásico. Carga las tintas en la oposición física, en los extremos y el balanceo, tanto del cuerpo como de la intención. En la velocidad lleva la tensión al punto que le conviene en cada fracción de la escobilla.
Cuando Pastora se marcha, la mesa nos deja a David Lagos haciendo orfebrería con cada una de las palabras que contiene la malagueña que nos regala. Por alegrías Pastora mece la bata y juega con el mantón, entre el gusto y el descaro. Bobote se levanta a bailar el silencio y enreda a pastora en la cola hasta transformarla en un clavel. Lo que inicia a continuación la bailaora es un manual de cómo bailar una alegría, la palabra desfachatez nunca tuvo un sentido más positivo.
En la mesa Ramón Amador por taranta, las toca y las canta. Un lujo.
La bailaora de formas trianeras, la de la desvergüenza que nos transporta al baile de antaño, vuelve para despedirse por tangos, tirando para el comienzo una diagonal que a un servidor lo dejó embelesado. El espectáculo se cierra de forma sencilla, Pastora canta y Bobote baila, como se haría en cualquier casa. Telón.
Pastora propone algo tan básico como el baile como argumento de una obra sin argumento. No necesita inventar ni justificar cada acción que expone en el escenario. Uno de los grandes aciertos del montaje es no caer en la búsqueda de un guión dramático. El baile se defiende sólo y no siempre hay que contar una historia que unifique lo que se muestra sobre las tablas. El otro gran acierto es evidentemente la naturalidad, la claridad en la comunicación con el público. La bailaora no duda en llevar el exceso al baile cuando es necesario, ni en introducir formas nuevas en el baile clásico, lo hace desde la normalidad y es ahí donde gana la partida. !Qué flamenco y qué sencillo¡