En nuestros tiempos, la vinculación que se hace entre saeta –como palo flamenco emparentado con la seguiriya y el martinete– y Semana Santa es total.
De esta forma, se le otorga a este cante una carta de naturaleza religiosa que, en realidad, conviene analizar históricamente,
pues sus orígenes no presentan vínculos con lo metafísico, siendo, por tanto, de origen pagano esa especie de
lamento que hoy se utiliza para expresar, mediante el cante jondo, el proceso de enjuiciamiento que desemboca en la muerte de Cristo.
Al hablar de los estilos, es un error reducir la saeta al modo interpretativo de los cantes ya citados anteriormente por seguiriyas o martinetes,
puesto que existe una gama estilística más amplia, que abarca incluso hasta el fandango. Es cierto que este último tercio se escucha con poca
frecuencia, siendo los dos primeros los preferidos por los saeteros andaluces al paso de las cofradías por las calles. Hay que decir que el
intérprete de saetas goza de cualidades que lo asimilan a un cantaor flamenco, aunque, en ocasiones, tan sólo ejecute, de año en año, este
palo del cante durante las procesiones. También es cierto que en la actualidad, cada vez en mayor número, los profesionales del arte jondo
entonan durante la Semana Santa una saeta en plena calle mientras las imágenes de las cofradías religiosas hacen su tradicional recorrido.
De hecho, son los cantaores y las cantaoras que en los doce meses anteriores actúan en las peñas y hacen giras artísticas quienes dan su voz
a este festejo que mezcla, como hemos visto, el sentimiento religioso de un sector de la población y la simple exhibición lúdica y festiva de otro.
Cuando se alude a la historia de la saeta, conviene situarnos en los siglos XVI y XVII para buscar sus antecedentes en los franciscanos.
Asimismo, subrayar que la llamada saeta de Arcos es una de las formas más antiguas de este palo. Se acompañaban los propios intérpretes con
unos instrumentos de viento primarios que ellos mismos construían. Su acento denotaba cierta semejanza con el cante gregoriano, sin tantos
alardes ni melismas como las saetas que se conocen ahora. Claro que, si de Historia (con mayúsculas) hablamos, es preciso y necesario que
este relato se adentre en los oscuros y terroríficos capítulos de la Iglesia Católica en España. Los Hermanos de la Ronda del Pecado Mortal
(siglo XVIII) entonaban una especie de canto con cierta similitud a la saeta –aunque en su aspecto formal musicológico sea muy distinta–
llamando al recogimiento y la devoción del pueblo, advirtiendo que se hallaban en pecado y que debían llevar una existencia devota y piadosa.
Aquí, una vez más, se demuestra que la mano de la Inquisición era muy alargada y que todos los medios, incluso el cante, se prestaban para
atemorizar al pueblo con supuestos castigos divinos. Especial relevancia tenía, igualmente, la saeta de las monjas de Utrera. Y ya en el siglo
XIX, hacia 1840, surge la conocida como saeta primitiva, probable embrión de la que hoy se entona en los pueblos andaluces,
sobre todo en el área Sevilla-Cádiz-Jerez: triangulo de especial relevancia flamenca. Claro que esto son meras suposiciones teóricas,
ya que hoy día las saetas primitivas están casi olvidadas. Está claro que esas viejas saetas se diferenciaban en que eran más pobres
de estilo y acusaban una mayor monotonía expresiva. Poéticamente, la saeta se estructura de un modo formal en una copla de cuatro
o cinco versos octosílabos, si bien los cantaores pueden alargar o acortar los tercios para ajustarlos a sus peculiares formas de decir el cante.
La saeta presenta, según los estudiosos, una variedad melódica muy acusada, siendo un producto más de la cultura andaluza que se caracteriza
por su mestizaje. Así, por ejemplo, hay quien hace judía a la saeta, argumentado similitud con las salmodias que se interpretaban en las sinagogas.
Es muy verosímil esta opinión, igual que la teoría que vincula las saetas con los cánticos de los muecines que llaman a la oración desde las mezquitas.
El mundo árabe-musulmán aporta su elemento musical más característico al acervo del flamenco y, en concreto, al de la saeta. La convivencia
en Andalucía durante los ocho siglos medievales de las Tres Culturas (árabe, judía y cristiana)
ha dado como resultado una fusión muy interesante en el Sur de España que hace al andaluz un ser con sentimiento internacional.
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En Puente Genil, pueblo de Córdoba donde nació Fosforito, se conservan como un tesoro las saetas cuarteleras, que son las que se cantan
los días previos a la Semana Santa por los miembros de una determinada corporación religiosa reunidos en una comida de hermandad y convivencia.
Su aspecto es íntimo, restringido a ese ambiente donde no todo el mundo puede entrar, sólo aquellas personas afiliadas a esa cofradía.
También en otros municipios de la provincia cordobesa está presente la saeta cuartelera, como Lucena, Cabra, Baena o Castro del Río
–esta última, con su saeta samaritana–, así como en Arcos de la Frontera (Cádiz) y, en Sevilla, Mairena del Alcor y, sobre todo, Marchena.
Algunos consideran que Marchena es el epicentro saetero.
La Edad Contemporánea delinea las formas por las que se rige el mundo que hoy conocemos y marca, por tanto, el rumbo del cante
flamenco en general y de las saetas en particular. Sin necesidad de remontarnos en el tiempo varios siglos, tan sólo uno
–al pasado siglo XX–, comprobaremos que la nómina de intérpretes saeteros ha sido muy extensa, tanto, que sería imposible una pequeña
omisión –involuntaria, por supuesto– de nombres. Los flamencólogos no se ponen de acuerdo para concederle la paternidad de la saeta
a un autor concreto, aunque se barajan varias posibilidades: Enrique El Mellizo, Manuel Centeno, Don Antonio Chacón o Manuel Torre.
Los artistas que destacaron cantándola fueron, al margen de los citados, Silverio Franconetti (siglo XIX), La Serrana , Medina El Viejo,
La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, El Gloria, Niña de la Alfalfa , Antonio Mairena o Tomás Pavón. Por cierto, el cantaor Antonio Mairena
dijo que “en principio de siglo (XX) llegó a Sevilla una sencilla forma jerezana que se empezó a llamar saeta por seguiriyas”.
Sea o no cierto –y puede serlo–, el famoso cantaor de Los Alcores nombra indirectamente a Jerez de la Frontera cuna de un determinado
estilo saetero, en este caso el que se hace por seguiriyas, en el que sobresalieron La Pompi , El Chozas, Sordera, Diamante Negro,
Juanata, Luis de Pacote, Juan Acosta...
La característica que identifica a la saeta desde el punto de vista literario es la alusión al juicio de Cristo y su muerte.
La temática de las letras se dirigen a resaltar estos episodios usando un gran potencial de emoción. El intérprete, en un balcón,
espera la llegada de las procesiones para cantarle unos tercios. Abajo, la muchedumbre concentra su mirada en la persona que canta,
escuchando con el mismo silencio de una peña flamenca. Una cuestión llamativa es la concentración que se respira en el ambiente,
pues nadie habla mientras se canta una saeta. Lo curioso, además, es que al cantaor saetero se le dice “ole” como otro día cualquiera
que actúe, incluso se le aplaude cuando acaba su intervención. Después, el cortejo procesional sigue su marcha hasta que, más adelante,
en otro punto del camino, otro intérprete determine que ha llegado el momento de cantar otra vez una saeta.
El maestro de la escuela jerezana de saetas es Juan Romero Pantoja El guapo, nacido en este pueblo gaditano en 1924.
De su magisterio, muchos de los actuales intérpretes han aprendido a expresar cada estilo de la mejor forma posible.
En opinión de los especialistas, no se le puede cantar igual a cada imagen, debido a que cada una simboliza momentos
distintos dentro de la Semana Santa. Consciente de ello, el flamenco saetero en Jerez ha ido puliendo con exquisita paciencia
sus formas expresivas, adecuándolas al sentido de cada cofradía, logrando así que este palo alcance cotas de enorme jondura
dentro del cante. Y ha sido, desde luego, gracias a las figuras renombradas de otras épocas, pero también a las presentes
(algunas de estas personas ya han fallecido), entre las cuales no podemos olvidar, aparte de El guapo, a Diego de los Santos Rubichi,
José Vargas El Mono y su hermano Ángel, Curro de la Morena , Macarena de Jerez, Kina Méndez, Laura Millán, etc.
Las voces de toda la historia de la saeta flamenca en Andalucía se fusionan con el azahar, esa flor del naranjo que cada primavera
brota de sus ramas, para sintetizar, en un bello juego para los sentidos, la pasión de un olor característico y peculiar de este
tiempo como el del embrión de la naranja, con esa fuerza telúrica llamada cante flamenco que, por vía auditiva, penetra con fuerza
hasta insertarse en el corazón.
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